De todas las obras de Shakespeare hay tres obras que están consideradas como obras tardías novelescas: Cimbelino, Cuento de invierno y La tempestad. Y, de todas ellas, la más rara, absurda, inconexa, gratuita en algún momento y con elementos más inverosímiles es Cuento de invierno. Por su contenido, podría considerarse una obra de espectáculo total, ya que la tragedia, la comedia pastoril, la música y el baile se entremezclan en ella de forma perfecta en algunos momentos; pero aunque el texto no deja de ser un buen texto, la historia no es de las mejores de Shakespeare.
Y ahí es donde radica su dificultad. Una primera parte basada, casi por completo, en los celos irreflexivos, sin causa aparente y crecientes, a medida que transcurre la acción, del rey de Sicilia; una segunda que nos transporta a otra ciudad, Bohemia, que ni siquiera existe y donde la hija del rey siciliano ha acabado pasando toda su infancia sin que nadie lo sepa; una de las elipses temporales más grandes de las obras de Shakespeare, solucionada con cuatro versos de un monólogo; una muerte inverosímil por el ataque de un ocasional oso; un "happy end" raro, extraño e improbable. Todas éstas son características de la obra y conseguir un buen montaje, con todo esto en contra, es difícil.
En el Old Vic de Londres lo han conseguido Sam Mendes (director de la obra) y Kevin Spacey (director artístico del teatro) con una compañía llamada "The Bridge Project", formada por actores británicos y estadounidenses. Ethan Hawke, Sinead Cusack, Josh Hamilton, Rebecca Hall y un grandioso (y desconocido para nosotros) Simon Russell Beale conforman, entre otros, esta compañía que presenta doble espectáculo: el comentado Cuento de invierno y El jardín de los cerezos de Antón Chéjov, en una nueva versión de Tom Stoppard. Dos textos nada fáciles que, evidentemente, hacen en días diferentes.
La verdad es que no es fácil salir airoso con un texto tan difícil, como el Cuento de invierno, y en un lugar tan emblemático para el teatro inglés, como el Old Vic, pero la interpretación de Simon Russell hace que parezca todo mucho más sencillo. Él es gran parte del alma que mueve el espectáculo. Verlo es ver una cantidad de matices que sorprende, incluso siendo un idioma diferente al nuestro. Un gran descubrimiento, alguien a quién seguirle los pasos.
Y eso es mucho ya que el Old Vic es uno de los teatros más emblemáticos del teatro inglés para montajes shakesperianos y grandes interpretaciones. Gente como Sir John Gielgud, Laurence Olivier, Richard Burton, Peter O'Toole, Sir Alec Guinness, Judi Dench, Albert Finney, Sir Anthony Hopkins, Maggie Smith o Ben Kingsley han formado parte de las compañías estables del teatro y han tenido noches de gloria entre sus paredes. Increíble tuvo que ser la temporada en que Gielgud y Olivier representaron Romeo y Julieta e interpretaron los papeles de Romeo y Teobaldo, indistintamente: un día podías ir y encontrarte que Gielgud hacía de Romeo y Olivier de Teobaldo, o al revés. O el Hamlet de Richard Burton. O la temporada que tuvo que hacer Gielgud bajo la luz de las velas durante la II Guerra Mundial, negándose la compañía entera a dejar de representar obras.
Ir al Old Vic es estar en un pedazo importante de historia teatral que ni guerras, ni gobiernos de diferente signo, ni la televisión, han podido hacer desaparecer. Ver una obra teatral allí es experimentar un acto ceremonial tal y como debería ser ir al teatro: un escenario imponente, un buen texto, una buena interpretación y un público atrapado por los actores. Y todo en el más absoluto de los respetos.
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