14 de septiembre de 2009

La comedia madrileña

Hace ya algún tiempo, un actor murciano me explicaba, entre cerveza y cerveza, que quería venirse a hacer teatro a Barcelona. Mi pregunta fue inevitable conociendo la cantidad de actores que habemos por aquí y la dificultad idiomática que podría encontrarse (aunque aquí también se hace teatro en castellano): ¿por qué quieres venir a aquí?. "Porque si quieres triunfar tienes que ir a Madrid, pero si quieres hacer buen teatro tienes que venir a Barcelona", me dijo.

De la segunda parte de la sentencia podríamos discutir durante mucho tiempo (y no digo que esté ni a favor, ni en contra), pero de la primera parte hace tiempo que no tengo ninguna duda. Y no nos engañemos, es por algo tan banal como que en Barcelona puede haber mucho teatro pero es difícil que los productores de una serie nacional o de una película tengan noticias de ti. Trabajando en Madrid, ya tienes esa parte del trabajo medio hecha.

De ahí que el teatro madrileño esté plagado de actores murcianos, andaluces, vascos,... e, incluso, catalanes.


Así que, teniendo un fin de semana largo (3 días), nos decidimos a hacer una "excursión" a Madrid para visitar el Museo Reina Sofía, el Museo del Prado y para ver dos obras de teatro: La cena de los generales, un texto de José Luís Alonso de Santos, y Ser o no ser, una adaptación de la famosa película de Ernst Lubitsch. La primera la protagonizaban Sancho Gracia (Curro Jiménez), Juanjo Cucalón (Mis adorables vecinos) y Ana Goya (Abogados); la segunda, José Luís Gil (Aquí no hay quien viva), Carlos Chamarro (Cámara Café), Diego Martín (Hermanos Detectives), Amparo Larrañaga (MIR). O sea, un montón de "estrellas televisivas" conocidos por todos.

De las dos obras me quedo, sin lugar a dudas, con La cena de los generales. Será porque me cuesta encontrar fallos en los textos de Alonso de Santos, porque era una obra compleja de dirigir e interpretar o porque Sancho Gracia me sorprendió muy gratamente. El caso es que fue una gran opción, dentro de toda la oferta que había en Madrid.

Pero tuve un problema: el estilo del teatro madrileño (al menos del que vimos nosotros) es demasiado "televisivo". Por ejemplo, a José Luís Gil le vimos el mismo personaje indignado y gritón que hacía en Aquí no hay quien viva (y hace en la nueva versión en otra cadena), y a Carlos Chamarro el mismo irresolutivo y, a ratos, cobardica oficinista que hacía en Cámara Café. Por ejemplo, Juanjo Cucalón creó un personaje igual durante toda la obra (que no sencillo, ojo) en busca de risas fáciles, sacrificando auténticas carcajadas al final de la obra si lo hubiera construido con un "crescendo"; o Ana Goya estuvo correctísima durante toda la representación, para deslucir su última escena por buscar ese momento dramático facilón (y poco creíble) que "sensibilice el corazón del espectador". Fue como si la inmediatez y urgencias televisivas (así es como se trabaja en televisión, se siente) se hubieran trasladado al escenario.

Y eso no me gustó.

Mención a parte fueron Sancho Gracia y Diego Martín. El primero imaginaba que, seguramente, lo haría bien (ya son muchos años de experiencia) pero no esperaba que me sorprendiera tanto. Yendo a ver una obra titulada La cena de los generales, esperaba que su personaje fuera el de un general que explotara la faceta cinematográfica que podemos verle en sus últimos años: gritón, cascarrabias,... Pero fue todo lo contrario: no hizo de general, no gritó y desapareció debajo de su personaje para que nos olvidáramos de él, de Curro Jiménez o de su personaje de 800 balas (y, ¿no es eso actuar?). Lo vi como a un grande, como a la Sardà o a Luppi (que a estas alturas pueden hacer lo que les dé la gana).

El segundo, Diego Martín, es un actor que, siempre que lo he visto en televisión, he tenido la sensación de creérmelo, siempre ha sabido entender en qué producto estaba y darle el tono adecuado a su actuación. Y no defraudó en el teatro. Habrá que esperar a ver hacia donde tira, pero por ahora es de los actores más interesantes a seguir.

De todas formas, me reí. En las dos obras. Pasé un buen momento. Pero no fue memorable. No tuve necesidad de hablar, largo y tendido, de las obras con mi pareja. Y creo que el problema fue la televisión (¡hasta aquí llega su influencia!), la inmediatez de las risas buscadas, la transformación del espacio escénico en un espacio cuadrado de la escena que recordaba a un plató televisivo, los excesivos cambios de escenario mal resueltos de Ser o no ser (elemento diferenciador del cine y la televisión respecto al teatro),...

Así que si se quiere uno entretener, reír, ver actores conocidos y no sufrir interminables obras de 4 horas: Madrid.

(Seguro que en Madrid también se hace otros tipos de teatros, pero esta entrada no habla de él.)


Nota 1 : ¿Alguien le podría decir a Amparo Larrañaga que actuar hablando con una cierta tonadilla (que no acento) todo el rato es muy cansado y no queda bien? Gracias, si alguien lo hace.

Nota 2: Por cierto, Madrid tiene una noche al año en que todos los espectáculos, museos,... no cobran entrada y la ciudad se convierte en un hervidero de gente yendo a algún espectáculo, concierto,... Podrían aprender otras ciudades.

Material de La cena de los generales: http://www.teatroespanol.es/la cena de los generales/.
Dossier de Ser o no ser: http://www.gruposmedia.com/alcazar/dossier_seronoser.pdf.
Información sobre la película Ser o no ser: http://es.wikipedia.org/wiki/Ser_o_no_ser.

4 de septiembre de 2009

Broadway, un año después... y Grotowski y Brook

Hace ya un año, Carmen y yo pudimos disfrutar de seis días en Nueva York, visitando museos, edificios, localizaciones de películas, parques... o sea: ejerciendo de turistas en toda regla. Y fue allí donde se inició esta locura de unir la pasión por el teatro con los viajes que unos sueña en hacer.

Estaba claro que yendo a la Gran Manzana no puedes obviar el hecho de ir a ver una obra de teatro, ya sea un musical de Broadway, alguna obra en el Shakespeare in the Park, o un drama o una comedia en el off-Broadway,... lo que sea (suena raro decir estas palabras que siempre hemos oído en películas). Y, encima, es inevitable si el teatro forma parte de tu vida. Y nosotros ya sabíamos lo que queríamos ver: la adaptación musical de Mel Brooks de su película El jovencito Frankenstein. Y habiendo pasado ya un año, todavía no han desaparecido de mi cabeza las imágenes que vimos en aquella representación.


Desde hace mucho tiempo, casi todo lo que leo tiene que ver con el teatro, habla sobre el teatro o lo hago desde un punto de vista con propósitos teatrales (evidentemente, de vez en cuando hay que hacer una pausa y leer otras cosas). Así, leo desde Shakespeare hasta los hermanos Álvarez Quintero, o los escritos de Yoshi Oïda o los ensayos de Peter Brook o Jerzy Grotowski (por ejemplo, ahora mismo estoy leyendo Hacia un teatro pobre de Grotowski).

Así se estudian teorías, se aprenden prácticas nuevas o se pueden conseguir herramientas para una propia investigación. Y, quizás, si lo que quieres es profundizar en el objeto y la forma del trabajo del actor, entre los mejores escritos están los de Brook y Grotowski, con sus teorías del espacio vacío y el teatro pobre, respectivamente.

No voy a explicar con todo detalle qué promulgan cada uno, pero al leer sus libros la idea básica que recoge uno en ambos casos es que el teatro no necesita de nada más que de un actor y de una persona que quiera verlo (un público): el resto (escenografía, música, iluminación o el mismo edificio) son innecesarios para el hecho teatral. Grotowski va más allá y cree, incluso, que el mismo texto también es prescindible. Teniendo eso en cuenta, uno puede ir a la raíz de la expresión teatral más pura, sencilla y directa que puede existir. Y la más difícil de conseguir.

Bien, pues Broadway no es así.

Allí son los anti-espacio-vacío, los anti-teatro-pobre. Allí, lo primero que se aprecia es la cantidad de dinero que recibe y gasta el teatro musical. Todo está pensado para ser una industria: "hay que hacer que el público venga a vernos" y hacen auténticos espectáculos grandilocuentes, "hay que entretener al público y hacerlo sentir bien" y hacen músicales que es el auténtico género del teatro americano, "hay que interpretar bien las canciones y bailar, y actuar" y exigen una preparación a los actores que roza la locura. Y la gente paga las entradas a precio de oro para ver la última producción existosa, y así se vuelve a empezar la rueda con el dinero ganado en las taquillas.

Cuidado: no es una crítica, es su forma de trabajar y lo hacen muy bien. Y saben entretener al público. Y el público disfruta. Y, desde el punto de vista del actor, lo encuentro muy bien. Que no solo de pan vive el hombre, ni solo de El huerto de los cerezos vive el actor.

Vale que sólo las cinco primeras escenografías que vimos en El jovencito Frankenstein costaron más que el presupuesto de todas las obras de teatro donde he participado. Vale que tenían unos recursos musicales y de iluminación casi ilimitados. Vale que los teatros son tan grandes que parecen pensados para despachar la mayor cantidad de público posible por función. Pero lo hacen muy bien.

Para mí fue emocionante ver actores tan bien preparados: con una forma física y un control corporal espectacular, una capacidad vocal para cantar y matizar increíbles, y una sensibilidad para la comedia fuera de toda discusión. Cantan, bailan y actúan como si fuera la cosa más fácil del mundo y, cuando sabes lo que cuesta hacer medianamente normal una de esas cosas, te emociona ver cómo otro lo hace bien todo a la vez.

De izquierda a derecha. De pie: Roger Bart, Susan Stroman, Thomas Meehan, Robert Sillerman,
Sutton Foster, Shuler Hensley, Andrea Martin, Fred Applegate y Christopher Fitzgerald.
Sentados: Mel Brooks y Megan Mullally. Foto de Erin Baiano/Paul Kolnik Studio.

A la mayoría de los actores no los conocíamos, pues Broadway tiene su propio star-system (como el cine y la televisión) y puede que preste sus actores a películas o series, pero suele ser en papeles menores. Sólo el nombre de Roger Bart nos sonaba. En cine había hecho: Las mujeres perfectas, Los productores (consiguió un Tony por el mismo papel que hizo en Broadway), Hostel 2, American Gangster o The Midnight Meat Train; y en televisión: Ley y orden, Habitación perdida o Mujeres desesperadas.

Fue todo un descubrimiento: elegante, buen bailarín, voz perfecta para cantar (hizo la voz de las canciones en el Hércules de Disney) y gran actor. Consiguió hacernos olvidar al Gene Wilder de la versión fílmica.

Así que, aquella noche salimos del teatro teniendo la sensación a haber presenciado algo fuera de lo común y sabemos, por otros amigos que fueron a ver otros espectáculos, que la mayoría de musicales son así: grandiosos, perfectionistas y apabullantes. Muy recomendables, aunque sólo sea una vez en la vida. Y para muestra, un par de videos.

Video promocional "Young Frankenstein the Musical", reparto original de Broadway.


Video promocional "Mel Brooks', Young Frankenstein the Musical, EPK".
Propiedad de Decca Label Group, editora de la banda sonora del musical.

Web de la obra: www.youngfrankensteinthemusical.com
Biografía Jerzy Grotowski: http://es.wikipedia.org/wiki/Jerzy_Grotowski
Biografía Peter Brook: http://es.wikipedia.org/wiki/Peter_Brook
Biografía Roger Bart: http://www.imdb.com/name/nm0058372/