Estaba claro que yendo a la Gran Manzana no puedes obviar el hecho de ir a ver una obra de teatro, ya sea un musical de Broadway, alguna obra en el Shakespeare in the Park, o un drama o una comedia en el off-Broadway,... lo que sea (suena raro decir estas palabras que siempre hemos oído en películas). Y, encima, es inevitable si el teatro forma parte de tu vida. Y nosotros ya sabíamos lo que queríamos ver: la adaptación musical de Mel Brooks de su película El jovencito Frankenstein. Y habiendo pasado ya un año, todavía no han desaparecido de mi cabeza las imágenes que vimos en aquella representación.
Desde hace mucho tiempo, casi todo lo que leo tiene que ver con el teatro, habla sobre el teatro o lo hago desde un punto de vista con propósitos teatrales (evidentemente, de vez en cuando hay que hacer una pausa y leer otras cosas). Así, leo desde Shakespeare hasta los hermanos Álvarez Quintero, o los escritos de Yoshi Oïda o los ensayos de Peter Brook o Jerzy Grotowski (por ejemplo, ahora mismo estoy leyendo Hacia un teatro pobre de Grotowski).
Así se estudian teorías, se aprenden prácticas nuevas o se pueden conseguir herramientas para una propia investigación. Y, quizás, si lo que quieres es profundizar en el objeto y la forma del trabajo del actor, entre los mejores escritos están los de Brook y Grotowski, con sus teorías del espacio vacío y el teatro pobre, respectivamente.
No voy a explicar con todo detalle qué promulgan cada uno, pero al leer sus libros la idea básica que recoge uno en ambos casos es que el teatro no necesita de nada más que de un actor y de una persona que quiera verlo (un público): el resto (escenografía, música, iluminación o el mismo edificio) son innecesarios para el hecho teatral. Grotowski va más allá y cree, incluso, que el mismo texto también es prescindible. Teniendo eso en cuenta, uno puede ir a la raíz de la expresión teatral más pura, sencilla y directa que puede existir. Y la más difícil de conseguir.
Bien, pues Broadway no es así.
Allí son los anti-espacio-vacío, los anti-teatro-pobre. Allí, lo primero que se aprecia es la cantidad de dinero que recibe y gasta el teatro musical. Todo está pensado para ser una industria: "hay que hacer que el público venga a vernos" y hacen auténticos espectáculos grandilocuentes, "hay que entretener al público y hacerlo sentir bien" y hacen músicales que es el auténtico género del teatro americano, "hay que interpretar bien las canciones y bailar, y actuar" y exigen una preparación a los actores que roza la locura. Y la gente paga las entradas a precio de oro para ver la última producción existosa, y así se vuelve a empezar la rueda con el dinero ganado en las taquillas.
Cuidado: no es una crítica, es su forma de trabajar y lo hacen muy bien. Y saben entretener al público. Y el público disfruta. Y, desde el punto de vista del actor, lo encuentro muy bien. Que no solo de pan vive el hombre, ni solo de El huerto de los cerezos vive el actor.
Vale que sólo las cinco primeras escenografías que vimos en El jovencito Frankenstein costaron más que el presupuesto de todas las obras de teatro donde he participado. Vale que tenían unos recursos musicales y de iluminación casi ilimitados. Vale que los teatros son tan grandes que parecen pensados para despachar la mayor cantidad de público posible por función. Pero lo hacen muy bien.
Para mí fue emocionante ver actores tan bien preparados: con una forma física y un control corporal espectacular, una capacidad vocal para cantar y matizar increíbles, y una sensibilidad para la comedia fuera de toda discusión. Cantan, bailan y actúan como si fuera la cosa más fácil del mundo y, cuando sabes lo que cuesta hacer medianamente normal una de esas cosas, te emociona ver cómo otro lo hace bien todo a la vez.
De izquierda a derecha. De pie: Roger Bart, Susan Stroman, Thomas Meehan, Robert Sillerman,
Sutton Foster, Shuler Hensley, Andrea Martin, Fred Applegate y Christopher Fitzgerald.
Sentados: Mel Brooks y Megan Mullally. Foto de Erin Baiano/Paul Kolnik Studio.
Sutton Foster, Shuler Hensley, Andrea Martin, Fred Applegate y Christopher Fitzgerald.
Sentados: Mel Brooks y Megan Mullally. Foto de Erin Baiano/Paul Kolnik Studio.
A la mayoría de los actores no los conocíamos, pues Broadway tiene su propio star-system (como el cine y la televisión) y puede que preste sus actores a películas o series, pero suele ser en papeles menores. Sólo el nombre de Roger Bart nos sonaba. En cine había hecho: Las mujeres perfectas, Los productores (consiguió un Tony por el mismo papel que hizo en Broadway), Hostel 2, American Gangster o The Midnight Meat Train; y en televisión: Ley y orden, Habitación perdida o Mujeres desesperadas.
Fue todo un descubrimiento: elegante, buen bailarín, voz perfecta para cantar (hizo la voz de las canciones en el Hércules de Disney) y gran actor. Consiguió hacernos olvidar al Gene Wilder de la versión fílmica.
Así que, aquella noche salimos del teatro teniendo la sensación a haber presenciado algo fuera de lo común y sabemos, por otros amigos que fueron a ver otros espectáculos, que la mayoría de musicales son así: grandiosos, perfectionistas y apabullantes. Muy recomendables, aunque sólo sea una vez en la vida. Y para muestra, un par de videos.
Video promocional "Young Frankenstein the Musical", reparto original de Broadway.
Video promocional "Mel Brooks', Young Frankenstein the Musical, EPK".
Propiedad de Decca Label Group, editora de la banda sonora del musical.
Propiedad de Decca Label Group, editora de la banda sonora del musical.
Web de la obra: www.youngfrankensteinthemusical.com
Biografía Jerzy Grotowski: http://es.wikipedia.org/wiki/Jerzy_Grotowski
Biografía Peter Brook: http://es.wikipedia.org/wiki/Peter_Brook
Biografía Roger Bart: http://www.imdb.com/name/nm0058372/
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